Virginia Buitrón. Biomímesis por Marcos Krämer

Por Marcos Krämer

Texto curatorial de la exposición Biomímesis, EAC, Uruguay, 2022

Desde hace más de seis años Virginia Buitrón (Quilmes, Argentina, 1977) estableció un vínculo con larvas de moscas Hermetia Illucens, nacidas al calor ferviente del compost doméstico, y aquelloresultó en un giro interesante dentro de su producción. El descubrimiento de estos seres, de sus movimientos y los rastros que dejaban al moverse, amaneció para la artista al mismo tiempo en que descubría la relevancia de estas larvas para el reciclaje orgánico y la elaboración de biomasa a partir de los desechos. Buitrón vio un dibujo involuntario mientras entendió la vida casi microscópica que nos rodea. Aquel fue el comienzo de la biomímesis, de un proceso de retroalimentaciones e interconexiones entre dos reinos naturales para pensar y crear en conjunto.

A partir de 2016 Buitrón y las larvas colaboraron de modos distintos. En “Boicot a la geometría” las larvas deformaron figuras geométricas sobre el papel, desestimando el legado artístico y racional de la abstracción geométrica. En “Recorrido condicionado” el movimiento de estos seres demostró la suavidad de las huellas biológicas frente a la rigidez ortogonal de muchas de las construcciones humanas. Pero también Buitrón se arriesgó al punto más extremo de la mímesis, de la imitación, e intentó que su propia mano copiase la naturalidad del rastro de las larvas, como en las obras de la serie “Ejercicio biomimético”, donde la artista desaprende los gestos incorporados del oficio del dibujo y adopta aquellos surgidos de la supuesta nimiedad de los insectos.

Después de aquello Buitrón extremó la confluencia entre arte y vida, dándole total agencia a las larvas, dejándolas completamente libres sobre la hoja. Para ello Virginia construyó el “Dispositivo de dibujos interespecies”, una instalación, un hábitat y un refugio para que las larvas nazcan, se alimenten, crezcan y muten, y en algún momento dibujen por desplazamiento. Las tres obras de la inmensa serie “Tercerización orgánica” nacieron en la oscuridad de ese hábitat, donde al trasladarse para su mutación las larvas recorrieron un papel en blanco arrastrando el líquido del propio compost donde surgieron. Y fue en ese momento cuando Buitrón decretó “el fin del arte”, al quebrar la diferencia entre arte y vida: los dibujos nacieron mientras sucedía la vida de las larvas, simplemente.

Casi siempre la naturaleza ha sido una biblioteca de signos para las distintas civilizaciones, a la espera de ser interpretados: las estrellas, el comportamiento de la marea, la temperatura del viento o las formas de los pájaros en el cielo. Al parecer nada ha escapado de la simbolización humana y de la voluntad del pensamiento científico, de la época que sea, por explicar o colmar la curiosidad que generaba la naturaleza. Por el contrario, las investigaciones de Virginia Buitrón, motorizadas por procesos y recursos artísticos, cargan con la hermosa ventaja de no tener que rendir cuentas ni encontrar soluciones. A través de estos procesos Buitrón diluye el motor romántico de la creación, se corre de escena y subraya el poder involuntariamente estético de la naturaleza. Y en la colaboración, en la pérdida de control, se abre un momento de incertidumbre creativa y de pensar con aquellos otros, que nos ganan en cantidades sobre el planeta que poblamos en conjunto.

Las obras de Virginia construyen imágenes, objetos y procesos que existen como resultado de distintas interacciones; obras que son bellas, que son fortuitas quizás, obras que son conscientes de su transitoriedad como parte de un proceso mayor. Las obras de Virginia son como la naturaleza: están a la espera de ser simbolizadas.

Junio de 2022
Texto curatorial de la exposición Biomímesis

Sala Miguelete, Espacio de Arte Contemporáneo (EAC), Montevideo, Uruguay