Museo Moderno, 2020
Virginia Buitrón (Quilmes, Argentina, 1977) lleva más de cinco años trabajando con distintos seres vivos no humanos y organismos naturales. Al observar de cerca y estudiar con atención los desechos orgánicos que forman parte del compostaje, Buitrón descubrió un hábitat interesante, lleno de vida, desde donde intenta comprender artísticamente la vida natural más allá del antropocentrismo. Con sus dibujos, realizados a partir de la acción de larvas de la especie Hermetia Illucens, Buitrón subraya el acto creativo que anida hasta en los más ínfimos participantes del ecosistema. En esta pieza audiovisual la artista narra los entretelones sentimentales y conceptuales de su vínculo con los distintos componentes naturales que eligió para producir su obra y así devela la trama interespecie que debemos cuidar para vivir un futuro sustentable.
EL ARTE FRENTE A LA CRISIS AMBIENTAL
Hace tiempo que los niveles de polución, devastación y catástrofe ya no pueden ocultarse: los vemos y sentimos de cerca, nos alcanzan y afectan. Durante el año en curso, la pandemia tocó las puertas de todas las casas del mundo y los múltiples focos de incendio en nuestro país, por ejemplo, se han aferrado a la tierra mientras la consumen y avanzan amenazadoramente sobre ella sin darnos pistas de hasta cuándo o hasta dónde seguirán. Este llamado de atención, a su vez, fue desenmascarando el rol indiscutible de la actividad humana como responsable de tal depredación. Ya no podemos recurrir más a la excusa del desconocimiento ni a la despreocupación. Ante esta condición, la práctica artística –que no tiene miedo de dudar, de conocer y de reconocer– pone a nuestro alcance vías de reflexión y de imaginación diversas en un entramado que vincula la extenuación natural, la ambición y el miedo, con posibilidades de cambio y de renovación, de repensar los términos de la justicia ambiental y social. La mirada del arte –a veces más crítica e incisiva y otras, más poética– colabora con el reconocimiento del daño que ejercemos sin tregua sobre la tierra, nuestra casa. Pero también invita a restaurar relaciones de respeto y de empatía hacia todo lo que nos rodea. Situados en un momento de la historia en el que pareciera no haber forma de escapar del desastre y en que los sueños de cambio se esconden tras el humo de los incendios o bajo el agua de las inundaciones, el arte se presenta como una práctica liberadora. Con sus formas de re-educar la percepción y aclarar el contacto existente entre el entorno y nuestro propio cuerpo, con sus formas gentiles pero reveladoras de desnudar las circunstancias que a veces no podemos observar, con la confianza que aún inyecta sobre el destino del mundo, el arte se planta en nuestra tierra como un tutor emocional e intelectual que busca guiar un nuevo crecimiento humano, armónico, respetuoso e igualitario. En su multiplicidad de formas, ya sea a través de la investigación, la edición y la yuxtaposición, del dibujo, de la escultura, de la instalación, o de la imagen provocadora o sutil, el ejercicio del arte pone al frente el valor de aprender a través de los sentidos atentos de la mirada, del oído, del tacto para reactivar nuestro más profundo sentido del tiempo, del equilibrio y de la escucha en tanto voluntad de comprensión. Durante las próximas tres semanas, el Museo Moderno dará visibilidad a un grupo de artistas argentinos e internacionales que, o bien revelan y señalan a través de sus obras las tramas histórico-sociales que explican la emergencia, o bien proponen micro-políticas estéticas para colaborar en el redireccionamiento de las políticas ambientales. Como dijo el artista argentino Nicolás García Uriburu, pionero en trazar el vínculo entre el arte y la ecología: «Estamos a tiempo de rectificar nuestros errores, cuidar nuestro entorno y ser más dignos de vivir en nuestro maravilloso planeta».